viernes, 12 de junio de 2015

Concentración y marcha de la Izquierda Latinoamerica el 11 de Junio de 2015

El día jueves 11 de junio, los compañeros de Capital Federal de Izquierda Latinoamericana se movilizaron en la ciudad exigiendo trabajo y mejoras para sus cooperativas, comedores y jardines maternales. Participaron compañeros de la Villa 1-11-14, del Barrio Charrúa y del Barrio Rivadavia del Bajo Flores; de la Villa 3, del Barrio Los Piletones y del Barrio Ramón Carrillo de Villa Soldati; de la Villa 21-24 de Barracas; de la Villa 31 de Retiro; de la Villa 20 y de la Ciudad Oculta de Villa Lugano, y de Parque Avellaneda. Con más de 1.200 asistentes a la larga jornada de lucha, sostuvieron un corte total en la 9 de Julio y marcharon luego a varios Ministerios exigiendo respuestas. 


El balance tras la movilización puede considerase altamente positivo. Esto es sólo el comienzo. La lucha continúa.

lunes, 8 de junio de 2015

Balance PASO 2015. ¿Avanza la derecha o la izquierda está mal hecha?

El mundo está cruzado por una profunda crisis económica pero también -y fundamentalmente- política. La contradicción entre los intentos de ajuste para recuperar parcialmente la tasa de ganancia de los capitalistas y la movilización de franjas enormes del movimiento de masas se agudiza día a día. El primer punto clave para el debate es que la relación de fuerzas no es la misma de las últimas décadas. Estamos convencidos de que los procesos de resistencia no se limitan a lo económico, sino que continúan adelante y pasan a la ofensiva contra los agentes del Imperialismo. Tal vez el ejemplo más claro sea el griego, donde un paquetazo ajustador impulsado por la tríada (trilogía económica conformada por el FMI, el Banco Mundial y la Unión Europea) y desarrollado por los gobiernos conservadores y también por los socialdemócratas, generó una gran resistencia. Sin embargo esta resistencia masiva logró comprender que necesitaba pasar a la ofensiva y disputar espacios de poder, incluso el Estado. Así fue que una expresión política de una parte de la resistencia encarnada en Syriza (que es el Partido Progresista que gobierna en Grecia) logró triunfar en las elecciones.
Los procesos Latinoamericanos también viven una situación similar. Por ejemplo, el heroico pueblo boliviano que durante décadas se cansó de tirar gobiernos entreguistas, logró verse representado en una expresión política que le dio la suficiente cohesión como para llegar a disputar el gobierno. El proceso sigue vivo, plagado de contradicciones, pero latente. Con los gobiernos progresistas la lucha continua pero no es el mismo escenario que en un contexto histórico de consenso neoliberal ortodoxo. Los gobiernos progresistas nos hablan de otro contexto y la lucha empieza a tener un color más político.
En el caso de nuestro país, el último gran ascenso de masas (diciembre de 2001) no logró encontrar una alternativa política, y un sector muy inteligente de la burguesía criolla y dependiente pudo contener el proceso por una docena de años. Lo logró con un doble discurso basado en un aparato de propaganda enorme, sobre una coyuntura económica muy favorable y en base a un acuerdo débil del bloque de poder en la Argentina. Así, con la Iglesia, con la burocracia sindical, con la Unión Industrial, con una momentánea unidad del PJ, con las empresas transnacionales (casi todas con problemas en sus casas centrales), con los pooles de soja, con  las mineras y con los grandes medios monopólicos de comunicación, el Kirchnerismo logró sostenerse en el Poder, pero sin haber podido liquidar el proceso 2001. Un ejemplo de esto es la crisis de representación.
Ésta en general fue entendida como que las grandes masas no creían en la representación y, por ende, no se podían formar grandes colectivos que ser representados; las luchas eran como mucho fragmentadas o individuales. Significó el desarme y fragmentación de grandes actores nacionales: radicalismo, sindicalismo, peronismo, etc. Pero dicha crisis no afecta sólo a las instituciones de la clase dominante sino que recorre también a las de nuestra clase. Los dirigentes no creen en sus colectivos; cuantas veces habremos escuchado “¿Para que vamos a consultar a la gente?” o expresiones incluso más peyorativas. Las nuevas fuerzas sociales de lucha debemos romper con estas concepciones aunque por ello paguemos el costo de ser acusados de basistas.
En los últimos años se han reproducido los conflictos a nivel nacional, ya sea salariales, contra despidos y suspensiones, ambientales, estudiantiles, por la reurbanización, por vivienda, de género, por nuevas representaciones gremiales, contra la precarización de la vida en general, etc. Justamente los elementos inherentes y continuos, con lógicos flujos y reflujos, siguieron avanzando y las ataduras comienzan a deshacerse. La llegada parcial de la crisis económica fue otro factor determinante que motorizó fundamentalmente a un sector de la clase obrera industrial.
En general, todos los procesos cuentan con algún que otro militante ligado a alguna expresión actual o pasada de la izquierda. Y si bien en todos lados se discute la necesidad de una alternativa política, esta no logra sintetizarse. En lo que va del año se han llevado adelante elecciones en Mendoza, en Salta, en Santa Fe, en CABA, en Chaco y en algunas localidades de otras provincias. Es importante, como elemento del análisis de la situación, detenernos un instante a analizar el panorama que han dejado las mismas.
En primer lugar, y salvo por Salta y Chaco, todas fueron duras derrotas para el Kirchnerismo (K). Incluso en Salta, donde Urtubey se impuso, el gobierno nacional perdió la Capital en manos de Romero-Olmedo (massismo-macrismo) y a nivel provincial redujo considerablemente su caudal de votos. Distintos armados en los demás distritos lograron dejar al Kirchnerismo lejos de cualquier aspiración. Tal vez el mayor golpe haya sido el de Capital, donde, tras pregonar un seguro segundo lugar, terminaron ubicados en el tercero y con mínimas chances para el ballotage.
Este escenario tiende a ser analizado por las izquierdas como un avance de la derecha, y el preanuncio de un escenario de ajuste y represión con consenso social. Así estos “grandes analistas”  gritan asustados que el 89% de los porteños votan a la derecha. Tanto la izquierda clásica como los K hacen el mismo análisis porque parten de una concepción liberal sobre la votación y en general del Estado Burgués.
Análisis desbordados de electoralismo y lineales, son la impronta del sectarismo, la marginalidad y el liberalismo. Nos permitiremos discrepar en profundidad con dichos análisis que consideramos auto-justificativos de las carencias propias de una izquierda que no logra interpretar el momento que estamos atravesando. Este momento, como afirmamos más arriba, es una transición entre un momento hegemonizado por la lucha económica y su epicentro se corre lentamente a uno más político.
En segundo lugar hay que entender que el proceso de desgaste del Kirchnerismo es profundo y acelerado. 12 años de gobierno han demostrado el fracaso del supuesto posibilismo, y la entrada en una coyuntura negativa desde lo económico desnuda la ineficacia del proyecto K. Va quedando en claro ante franjas cada vez más grandes que la inconmensurable torta de plata que manejó el Kirchnerismo nunca estuvo puesta en un proyecto estratégico de Independencia. Muy por el contrario, la dependencia es cada vez mayor. La caída del nivel de vida de la mano de una inflación creciente es un hecho determinante y concreto que palpan día a día millones de trabajadores. Y los millonarios subsidios a la supuesta Burguesía Nacional se trasformaron en millones de dólares en fuga y no en inversión estructural para que crezca la capacidad productiva y se modifique la matriz del país que no escapa a la de los años ‘90.
El espacio que va dejando vacante el retroceso K tiene que ser ocupado por alguien. En tanto y en cuanto ningún proyecto revolucionario lo ocupe, esa dispersión inevitablemente irá recayendo en falsas alternativas. Pretender interpretar que el 90% es ideológicamente de derecha es profundamente superficial y costaría explicar la mayoría de los procesos que se van dando. Compartiendo muchas veces ese posicionamiento se encuentran quienes declaran que el FIT se ha consolidado y que desde allí surge una alternativa a izquierda. En sintonía, algunos de la declamada Izquierda “independiente” ven en esa supuesta consolidación una trinchera desde donde plantarse de cara a la resistencia que se vendría.
Intentaremos humildemente demostrar lo inexacto y erróneo de dichas posiciones. El crecimiento del FIT en 2013 se dio principalmente porque el votante premió en principio la unidad-persistencia y en segundo lugar su lucha. El FIT, en su proceso electoral, viene retrocediendo en este 2015 con respecto a las elecciones legislativas de 2013. Es difícil hacer una comparación con las de 2011 (últimas ejecutivas). Los escenarios 2011 y 2015 tienen muy poco que ver. El momento político que atravesamos es de caída acelerada del Kirchnerismo y no de consolidación. Por lo tanto se libera un espacio. La conflictividad social es más elevada. Y estamos convencidos que lo que se le cae al Kirchnerismo lo hace esencialmente por izquierda. Además podríamos mencionar que incluso haciendo esta comparación en varios lugares, como en Salta por ejemplo, la votación del FIT es inferior a la del 2011.
Muestra de esta última afirmación es el record en la abstención del votante. En Rosario, por ejemplo, entre ausentes, blancos y nulos, casi 1 de cada 2 rosarinos no votó a nadie. A pesar de esto, los mismos que pregonan (por derecha o por izquierda) el ajuste y la derechización social, ven en el triunfo de Del Sel el preanuncio del consenso social hacia la derecha.  En CABA la votación válida se redujo un 5%, en Mendoza también un 6%, y en Salta un 9%.  Índices similares se vieron por última vez en las elecciones de octubre del 2001.
¿Significa esto que en unos meses vamos a un estallido social? No lo creemos como algo probable. Es indudable que, a pesar de estos números, las elecciones tienden a canalizar gran parte de la bronca popular. Sin embargo estamos convencidos de que algo se ha reflejado. El FIT viene en bajada: que en CABA haya sacado el 2,2% (1,5% del padrón) lejos está de mostrar el fortalecimiento de una alternativa de masas allí, pero esta tendencia es igual en todo el país.
El final del año pasado y el comienzo de este mostraron un alto índice de conflictos. Por ejemplo a nivel laboral, fue el verano con más conflictos obreros en muchos años. También arrancó el año con conflictos estudiantiles y ambientales. Un ejemplo es la lucha contra la pastera contaminante de Botnia. En los barrios, la bronca se va acumulando y miles de vecinos se organizan autónomamente o con organizaciones sociales. Sin embargo estos procesos, de los que surgen miles de activistas, no se reflejan en ninguna expresión electoral de izquierda. Creemos decididamente que la principal responsabilidad pasa por la propia izquierda.
La vanguardia creciente quiere pensar, opinar, debatir y tener posiciones propias. El modelo que encuentra del otro lado es profundamente esquemático y dogmático. Al mismo tiempo se encuentran con que el FIT no puede tener una sola línea en común. Tal vez el ejemplo más patético haya sido el del subte, donde la presentación del FIT en dos listas separadas facilitó que el Kirchnerismo haya retenido la conducción del gremio. Esta irresponsabilidad les muestra a los trabajadores y luchadores en general que el FIT es una falsa unidad, que no trasciende de un frente electoral donde cada uno busca llevar la mayor cantidad de agua para su molino y que tampoco tiene perspectivas de ser algo distinto.
Por eso es imperativo demostrar en cada sector y frente a franjas de masas que la izquierda NO es el FIT. Fortalecer ese espacio sólo va a llevar a una desilusión más grande con la izquierda, porque la profundidad del proceso se encuentra en otro nivel, no discutiendo 1 o 2 diputados denuncistas más, sino encarando un proceso de discusión sobre cuáles son la posibilidad de que la izquierda sea Poder, como lo pudo ser en el subte en decenas de comisiones internas, en centros de estudiantes, en comisiones barriales, etc. Hay que desempolvar viejas discusiones por la hegemonía, por la estrategia de la izquierda y no como nos ganamos un puñado de militantes. Esa discusión es faccional como lo es el FIT. La otra es una discusión por el Poder, y hay que decir como los pueblos de Latinoamérica “Sí, se puede”.
La disputa que se abre es por el Poder, pero no exclusivamente a nivel estatal. El primer paso concreto de la clase arranca por disputas parciales del poder: cómo ganar y dirigir un sindicato, cómo organizar un barrio y ganar las elecciones en donde la izquierda tenga el suficiente caudal acumulado y no primen las divisiones. Por eso quienes pretenden poner en segundo plano estas disputas vienen retrocediendo en lo estructural. El proceso electoral nacional debe ser un correlato de esto, ya que el camino inverso se ha demostrado liquidacionista. Mientras no entienden por qué no sacan muchos más votos, esperando a que la conciencia avance y las masas se den cuenta de que ellos son la dirección correcta, nosotros estamos convencidos de la necesidad del trabajo cotidiano, de la construcción de una fuerza que dispute los espacios por abajo, con unidad, y que se muestre ante la sociedad en lo electoral desde esa unidad.
La llamada izquierda independiente fue hija de un momento histórico, un momento de luchas económicas. Esta izquierda adolece de un proyecto de poder, de una concepción que produzca la unidad de lo diverso y de una vocación por el Poder, y por ende de una estrategia que lo lleve a él. Nosotros lamentamos no tener la respuesta pero creemos estar en esa búsqueda. Nuestro aporte humilde son algunas pistas. Nuestra experiencia en el espacio político “Mesa por una Izquierda Latinoamericana” debe poder contener la confluencia de diferentes tradiciones de la izquierda con carácter plebeya, anti-patriarcal, mestiza desde nuestro acervo cultural latinoamericano.
Por eso la izquierda independiente naufraga en la estrategia de otros que son contrarias a los caminos de unidad, de mestizaje. Por eso se arrojan a las islas de la izquierda tradicional y reman en cuentas electoralistas viniendo del escepticismo total sobre lo electoral; o van junto a una centro-izquierda en banca rota como es la UP de Lozano y De Genaro. Pero también, en su desorden, muchas veces terminan dentro de las filas de los K, por creerlo parte de los pueblos latinoamericanos que pelean. Toda esta discusión es nuestra imposibilidad de romper con un momento económico y producir una estrategia de Poder, de cuáles son los sectores de nuestra sociedad que son capaces de construir un bloque de Poder capaz de dirigir la complejidad de nuestras sociedades, y cuáles son las verdaderas Vanguardias en un momento de transición entre lo económico a lo político.
Si los que luchan discuten más política, no se referencian en la izquierda tradicional, ponen la vista en los procesos Latinoamericanos, no se sienten atados a ninguna tradición de izquierda pero sin embargo reconocen sus aportes, si donde se logra unidad por abajo discutimos pequeños e importantes lugares de Poder, si los K como proceso de trasformación demostraron no serlo, si las luchas de buen agrado incorporan la parte de discusión por el Poder; entonces la tarea es construir un espacio que invite al mestizaje de la izquierda, que se comprometa con las luchas y con la construcción de un espacio desde Latinoamérica para el mundo… Sí, para el mundo.
La discusión no es sólo electoral, la discusión no es prometer unidades falsas que en realidad es unidad momentánea decidida coyunturalmente por los burócratas de izquierda. La unidad es cómo podemos funcionar juntos para que esta izquierda se muestre para gobernar; que canalice a esos que luchan, que no votan por bronca a un sistema injusto, que una a todas las luchas fragmentadas que creen en gobernarse a sí mismo. No es un grito más por la unidad sino por una síntesis de la izquierda para gobernarnos. Si la izquierda no se une, si la izquierda no busca gobernar, es responsable del voto a la derecha y es responsable que este pueblo trabajador no nos vea para gobernar. La culpa será nuestra y no de la “gente” votando a la derecha… Algunos nos juntamos. Queremos que sean muchos lo que lo hagan. ¡Viva la unidad de corazón y revolucionaria!
¡POR UNA IZQUIERDA LATINOAMERICANA UNIDA!
¡PARA TENER MAS FUERZA PARA LUCHAR!
¡PARA AUTO-GOBERNARNOS!

sábado, 6 de junio de 2015

Modos de producción (V). Capitalismo

El intercambio de mercancías se desarrolló desde la antigüedad, pero sin llegar a ocupar un lugar esencial en la economía, la que tenía como objeto el consumo directo de los productores o el mercado local. En el feudalismo, al crecer la producción creció también la cantidad de productos destinados al mercado y surgió la producción mercantil simple. Cuando se de­sarrolló el mercado mundial, el cambio cualitativo que produjo cambió también las formas de produc­ción. Subió la demanda de productos y la compe­tencia, que se constituyó en el segundo factor que contribuiría a cambiar las formas de producir. La competencia estimuló la concentración de las riquezas y los medios de producción en unos pocos empresarios exitosos y despojó de sus propios medios a la gran mayoría de los antes propietarios, enviándolos a engrosar las filas de los proletarios.
El desarrollo del mercado a nivel mundial, la com­petencia, la propiedad concentrada de los medios de producción y una gran masa de hombres poseedo­res sólo de su fuerza de trabajo fueron los rasgos primordiales y las condiciones necesa­rias para que naciera un nuevo modo de producción: el capitalismo.
El capitalismo transformó la producción mercantil simple en producción mercantil capitalista. Así, el objeto del capitalismo, en base a la propiedad privada de los medios de producción y al trabajo asalariado, es producir mercancías des­tinadas al mercado. "Marx, en 'El Capital', analiza al principio la relación más sencilla, corriente, fun­damental, masiva y común, que se encuentra mi­les de millones de veces en la sociedad burguesa: el intercambio de mercancías" explica Vladimir I. Lenin en "En torno a la cuestión de la dialéctica"."En este fenómeno tan sencillísimo -prosigue Lenin en su trabajo de 1915- el análisis descubre todas las contradicciones (es decir, el germen de todas las contradicciones) de la sociedad contemporánea. La exposición que sigue nos muestra el desarrollo (tanto el crecimiento como el movimiento) de estas contradicciones y de esta sociedad en la suma de sus partes aisladas, desde su principio hasta su fin". Al analizar el surgimiento del capitalismo como formación económico-social, Marx señala tres períodos: a) la cooperación simple; b) la división del trabajo y la manufactura; y c) la maquinaria y la gran industria. La cooperación simple es la forma que primero se desarrolló luego de la transformación de los talleres artesanales en el feudalismo. Se agrupaban gran can­tidad de asalariados en un lugar de trabajo común y realizaban una misma tarea. El resultado dependía totalmente de la habilidad del trabajador. El concentrar muchos trabajadores permite econo­mizar locales, herramientas, materias primas, alma­cenaje, transporte (capital constante).
En relación al trabajo (capital variable), la labor común permitía nivelar los tiempos y la calidad, produciendo una especie de competencia. Una misma cantidad de trabajadores produce más si están juntos que ais­lados; además pueden acometer grandes tareas y realizarlas en menor tiempo. La cooperación simple estableció definitivamente el carácter social de la producción y aventajó a la pequeña producción de mercancías, que fue des­apareciendo.
"Como vimos, la producción capitalista sólo comien­za, en rigor, allí donde el mismo capital individual emplea simultáneamente una cantidad de obreros relativamente grande y, en consecuencia, el pro­ceso de trabajo amplía su volumen y suministra productos en una escala cuantitativamente mayor. El operar de un número de obreros relativamente grande, al mismo tiempo, en el mismo espacio (o, si se prefiere, en eí mismo campo de trabajo), para la producción del mismo tipo de mercancías y bajo el mando del mismo capitalista, constituye histórica y conceptualmente el punto de partida de la pro­ducción capitalista -describe Marx en 'El Capital'.- En lo que respecta al modo de producción mismo, por ejemplo, en sus comienzos la manufactura apenas se distingue de la industria gremial del artesanado por el mayor número de obreros que utiliza simultáneamente el mismo capital. El taller del maestro artesano no ha hecho más que ampliarse. La economía en el empleo de los medios de producción ha de examinarse, en general, desde dos puntos de vista. El primero, en cuanto aquélla abarata las mercancías y reduce, por esa vía, el valor de la fuerza de trabajo. El otro, en cuanto modifica la proporción entre el plusvalor y el capital total adelantado, esto es, la suma de valor de sus compo­nentes constante y variable".
El paso que sigue a la cooperación simple es la ma­nufactura. Se basa en la técnica artesanal y la divi­sión del trabajo dentro de la empresa. Es un cambio en la forma u organización del trabajo. Antes, el trabajador realizaba toda la mercancía. Ahora, se especializa en fabricar sólo una parte de ella. Dentro de los límites del incremento cuantitativo del trabajo, esto significó llevar a un nuevo nivel la cooperación. La manufactura adoptó diferentes formas, tal como señala Marx en la obra citada: "La cooperación fundada en la división del traba­jo asume su figura clásica en la manufactura. En cuanto forma característica del proceso capitalista de producción, predomina durante el período manufacturero propiamente dicho, el cual dura, en líneas muy generales, desde mediados del siglo XVI hasta el último tercio del XVIII. La manufactura surge del dos maneras. La primera consiste en reunir en un taller, bajo el mando del mismo capitalista, a traba­jadores pertenecientes a oficios artesanales diversos e independientes, por cuyas manos tiene que pasar un producto hasta su terminación definitiva. Pero la manufactura se origina, también, siguiendo un camino inverso. Muchos artesanos que produ­cen lo mismo o algo similar, por ejemplo papel, o tipos de imprenta, o agujas, son utilizados simultá­neamente por el mismo capital en el mismo taller. Con todo, circunstancias exteriores pronto dan mo­tivo a que se utilice de otro modo tanto la concentra­ción de los trabajadores en el mismo espacio como la simultaneidad de sus trabajos. Es necesario, por ejemplo, suministrar en un plazo dado una cantidad mayor de mercancías terminadas. En consecuencia, se divide el trabajo. En vez de hacer que el mis­mo artesano ejecute las diversas operaciones en una secuencia temporal, las mismas se disocian, se aislan, se las yuxtapone en el espacio; se asigna cada una de ellas a otro artesano y todas juntas son efectuadas simultáneamente por los coopera­dores. Esta distribución fortuita se repite, expone sus ventajas peculiares y poco a poco se osifica en una división sistemática del trabajo. La mercancía antes producto individual de un artesano indepen­diente que hacía cosas muy diversas, se convierte ahora en el producto social de una asociación de artesanos, cada uno de los cuales ejecuta constan­temente sólo una operación, siempre la misma".
Las ventajas de este nuevo método de producción fueron esencialmente la reducción del tiempo de tra­bajo mediante la especialización del obrero y la co­ordinación en forma de "cadena productiva". Esta baja del tiempo laboral permitió elevar la productivi­dad. Los trabajadores debían cumplir sus tareas al ritmo que impone el capitalista. Una característica de este período manufacturero fue la estrecha liga­zón entre el capital industrial y el comercial. La división y especialización del trabajo creó las bases para el desarrollo de la industria y la intro­ducción de maquinarias. Este proceso surgió a fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX se extendió por Europa y Estados Unidos. La base técnico-material fue la máquina como medio de producción. Este perío­do se conoce como la Revolución Industrial y está marcado por la invención de la máquina de vapor, que impulsó otras ramas como la metalurgia y la industria de producción de maquinarias.
También contribuyó al crecimiento de las ciudades y del pro­letariado industrial.
La máquina sustituyó al hombre como elemento rec­tor en el proceso productivo y lo volvió un apéndice suyo. También permitió instaurar la disciplina capitalista en el trabajo, haciendo depender al obrero del proceso maquinizado. El capitalista pasó a tener el control casi to­tal del ritmo de trabajo al controlar la velocidad de las máquinas. Subió así la intensidad del trabajo con el fin de aumentar la plusvalía. Además, la máquina bajó los costos de producción y elevó la productividad.La máquina acrecentó el dominio del hombre so­bre la naturaleza. En sí, representó un alivio porque acortaba y facilitaba las tareas humanas, pero, al inten­sificar el trabajo, los obreros fueron consumidos como fuerza de trabajo en mayor medida que antes. Otra consecuencia fue que la maquinaria reemplazó fun­ciones del obrero, por lo que éste pasó a tener una mayor inseguridad que antes y su capacitación laboral fue menor. Sur­gió así una nueva capa de trabajadores especializados en determinados procesos maquinizados, técnicos e ingenieros, cuya consecuencia fue el aumento de la división entre el trabajo manual y el intelectual. En sus "Principios de Economía Política" dice el economista inglés John Stuart Mill (1806-1873): "Es discutible que todos los inventos me­cánicos efectuados hasta el presente hayan alivia­do la faena cotidiana de algún ser humano". Pero no es éste, en modo alguno, el objetivo de la maquinaria empleada por el capital. 
"Al igual que todo otro desarrollo de la fuerza productiva del trabajo -prosigue Marx- la maquinaría debe abaratar las mercancías y re­ducir la parte de la jornada laboral que el obrero necesita para sí, prolongando, de esta suerte, la otra parte de la jornada de trabajo, la que el obrero cede gratuitamente al capitalista. Es un medio para la producción de plusvalor. En la manufactura, la re­volución que tiene lugar en el modo de producción toma como punto de partida la fuerza de trabajo; en la gran industria, el medio de trabajo". "Así, -continúa el autor de 'El Capital'- este poderoso reemplazante de trabajo y de obreros se convirtió sin demora en medio de au­mentar el número de los asalariados, sometiendo a todos los integrantes de la familia obrera, sin dis­tinción de sexo ni edades, a la férula del capital. El trabajo forzoso en beneficio del capitalista no sólo usurpó el lugar de los juegos infantiles, sino tam­bién el del trabajo libre en la esfera doméstica, eje­cutado dentro de límites decentes y para la familia misma. El valor de la fuerza de trabajo no estaba determi­nado por el tiempo de trabajo necesario para man­tener al obrero adulto individual, sino por el nece­sario para mantener a la familia obrera. Al arrojar a todos los miembros de la familia obrera al mercado de trabajo, la maquinaria distribuye el valor de la fuerza de trabajo del hombre entre su familia en­tera. Desvaloriza, por ende, la fuerza de trabajo de aquél. Si bien las máquinas son el medio más poderoso de acrecentar la productividad del trabajo, esto es, de reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, en cuanto agentes del capital en las industrias de las que primero se apoderan, se convierten en el medio más poderoso de prolongar la jornada de trabajo más allá de todo límite natural. Generan, por una parte, nuevas con­diciones que permiten al capital dar rienda suelta a esa tendencia constante que le es propia, y por otra, nuevos motivos que acicatean su hambre ra­biosa de trabajo ajeno".
El empleo de maquinaria en la agricultura generó un enorme cambio en la productividad del trabajo y ayudó a ahondar la brecha entre los grandes terra­tenientes y los pequeños productores. La concen­tración de capital y el empobrecimiento de grandes masas originó dos grupos sociales: la burguesía rural y el proletariado agrícola. Los pequeños pro­ductores agrícolas coexistieron entre ambos y, si bien aspiraban a ser grandes productores, su forma de vida se asemejaba a la del proletariado agrícola. La explotación laboral en el campo se adaptó al tipo de tareas y a sus épocas, siendo frecuente el em­pleo temporal. "Pese al progreso de las formas capitalistas de producción en el agro -afirma Marx- persisten y se profundizan las diferencias entre el desarrollo de la producción agrícola y la industrial, subordinando en general la primera a la última. Tampoco son meno­res las consecuencias socio-culturales y ecológicas de la industrialización del campo. Es en la esfera de la agricultura donde la gran in­dustria opera de la manera más revolucionaría, ya que liquida el baluarte de la vieja sociedad, el cam­pesino, sustituyéndolo por el asalariado. De esta suerte, las necesidades sociales de trastocamiento y las antítesis del campo se nivelan con las de la ciudad. Los métodos de explotación más rutinarios e irracionales se ven remplazados por la aplicación consciente y tecnológica de la ciencia. El modo de producción capitalista consuma el desgarramiento del lazo familiar originario entre la agricultura y la manufactura, el cual envolvía la figura infantilmente rudimentaria de ambas. Pero, al propio tiempo, crea los supuestos materiales de una síntesis nueva, superior, esto es, de la unión entre la agricultura y la industria sobre la base de sus figuras desarro­lladas de manera antitética.

Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra pertur­ba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retomo al suelo de aquellos elementos cons­titutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, re­torno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos y la vida intelectual de los trabajadores rurales". Al igual que en la industria urbana, la fuerza producti­va acrecentada y la mayor movilización del trabajo en la agricultura moderna, se obtuvieron devastando y extenuando la fuerza de trabajo misma. Todo el progreso de la agricultura capitalista no fue sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; es decir que, todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste duran­te un lapso dado, significó un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad.

Modos de producción (IV). Feudalismo

En esta etapa, el principal medio de producción era la tierra, cuya mayor parte era propiedad de los señores feudales. La fuerza de trabajo la formaban mayormente los campesi­nos, a quienes el señor feudal daba una parte de tierra para su sustento. En esas parcelas el cam­pesino realizaba el trabajo necesario para susten­tarse. El trabajo adicional lo hacía en las tierras del señor feudal u otras asignadas por él, y se entregaba en forma de producto o dinero.
En toda situación, el campesino dependía de la voluntad del señor feudal y éste de su rey. La renta de la tierra podía ser en forma de trabajo del campesino en las tierras del señor; de especies o productos que el campesino producía en las tie­rras entregadas a él y con sus propios instrumen­tos; o de dinero que obtenía de vender sus produc­tos. Bajo la forma de trabajo, no existía un interés objetivo del campesino en la productividad. Por eso el señor feudal elevaba el tiempo de labor del campesino para aumentar su producción.Esta forma, más frecuente al inicio, dio paso a la renta en especies e incrementó la parcelación de tierras. La renta en especies significó más explotación pues el señor feudal im­ponía una carga creciente, lo que obligaba a más miembros de la familia campesina a participar de la producción. La renta en dinero es propia del perío­do final y con ella el señor recibía el plusproducto no solo del campesino y la tierra sino de casi toda su familia, que además trabajaba en otras tareas destinadas al intercambio: tejidos, alfarería, sastre­ría, herrería, carpintería.
Hasta ese momento la economía feudal era una economía natural: se producía para el consumo interno. La renta en dinero y el aumento de productos impulsaron el avance del mercado. "El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al escla­vista, del mismo modo que el buey no vende su tra­bajo al labrador. El esclavo es vendido de una vez y para siempre, con su fuerza de trabajo, a su due­ño. Es una mercancía que puede pasar de manos de un dueño a manos de otro. El es una mercan­cía, pero su fuerza de trabajo no es una mercancía suya -decía Marx en 'Lohnarbeit und kapital' (Trabajo asalariado y capital, 1849)-. El siervo de la gleba sólo vende una parte de su fuerza de trabajo. No es él quien obtiene un salario del propietario del suelo; por el contrario, es éste, el propietario del suelo, quien percibe de él un tributo".
La característica central del feudalismo es la apro­piación, por el señor feudal y como renta de la tie­rra, del plustrabajo de los campesinos avasallados. "Había dos clases sociales fundamentales: los señores feu­dales y los campesinos siervos -dice el economista Gerardo Vera-. Los señores eran la clase dominante y constituían 'la nobleza', parte del Estado feudal. No era una clase homogénea: los más poderosos obligaban a los menos poderosos, mediante el vasallaje, a cumplir obligaciones econó­micas y militares. Había una jerarquía según tuvie­ran más o menos favores del rey. El clero era tam­bién parte de la nobleza; asimismo poseía tierras extensas y se servía del trabajo de los siervos. Los campesinos eran la gran base sobre la que descan­saba la producción material. Sus condiciones eran cualitativamente superiores al esclavo, que carecía de todo derecho y era considerado una mercancía. Aunque carecía de derechos ciudadanos y estaba ligado a la tierra, el siervo era dueño de parte de su fuerza de trabajo y reconocido como individuo".
"En la gran mayoría de los países, la esclavitud, en el curso de su desarrollo, evolucionó hacia la ser­vidumbre. La división fundamental de la sociedad era: los terratenientes propietarios de siervos y los campesinos siervos. Cambió la forma de las relacio­nes entre los hombres. Los poseedores de esclavos consideraban a los esclavos como su propiedad; la ley confirmaba este concepto y consideraba al es­clavo como un objeto que pertenecía íntegramente al propietario de esclavos -dice Lenin en 1919 en 'Sobre el Estado'-. Por lo que se refiere al campesino siervo, subsistía la opresión de clase y la dependencia, pero no se consideraba que los campesinos fueran un objeto de propiedad del te­rrateniente propietario de siervos; éste sólo tenía derecho a apropiarse de su trabajo, a obligarlos a ejecutar ciertos servicios. En la práctica, como to­dos ustedes saben, la servidumbre, sobre todo en Rusia, donde subsistió durante más tiempo y revis­tió las formas más brutales, no se diferenciaba en nada de la esclavitud".En la época posterior del feudalismo, junto al de­sarrollo de los oficios y el comercio, las ciudades fueron ganando importancia. Allí se concentraron nuevos grupos sociales surgidos con las nuevas actividades: los maestros artesanos enriquecidos y comerciantes por un lado, y los oficiales y aprendi­ces de los talleres y gente pobre de la ciudad por otro. Las oposiciones entre ambos sectores, en la ciudad y el campo, terminaron fundiéndose en las luchas entre dominadores y dominados.
Durante el feudalismo las fuerzas productivas ad­quirieron mayor desarrollo que en el esclavismo. El uso del hierro y los aperos elevó la producción agrí­cola en cantidad, calidad y diversidad: prosperaron la viticultura, la horticultura y la ganadería. El mejo­ramiento de las técnicas en el uso de los metales, principalmente el hierro, y la invención del molino como fuerza motriz, permitieron perfeccionar los instrumentos de trabajo.
Entre los siglos XVI y XVII el uso del torno de hilar se extendió por Europa. En 1600 se inventó el telar de cintas. La utilización de la pólvora desarrolló la artillería. La invención de la brújula estimuló la navegación. Con todo, el progre­so de las fuerzas productivas era lento y rutinario: las relaciones de producción las frenaban. El alto peso de las cargas tributarias y las limitaciones sociales, políticas y jurídicas desincentivaban su progreso. El avance de los oficios y el comercio en las ciudades se veía limitado por los impuestos y trabas que im­ponía la nobleza. Pese a ello, a fines del feudalismo el poder económico se había concentrado en una nueva capa social surgida en los oficios urbanos: los dueños de los talleres o maestros burgueses. Se engendraba un nuevo modo de producción.
Junto a los avances y descubrimientos se desarro­llaron los oficios artesanales, que se concentraron en las ciudades. Esta producción de bienes esta­ba destinada al intercambio e impulsó el comercio. Los artesanos del campo llevaban sus productos al mercado de las ciudades y crecía la producción artesanal en los talleres urbanos. Esta producción de mercancías basada en el trabajo personal se denomina producción mercantil simple.
El auge del mercado en las ciudades fomentó el surgimiento del mercado nacional, el que a su vez sentó las ba­ses económicas de la centralización de los poderes del Estado. Los reyes, aliados a señores feudales empobre­cidos, mercaderes y productores enriquecidos aseguraron su continuidad en el poder político, cons­tituyendo las monarquías absolutas. Este tipo de Estado centralizado sentó nuevas bases para el de­sarrollo de los Estados nacionales y un nuevo modo de producción basado en grandes talleres: el modo de producción capitalista. Junto a él se amplió el mercado mundial.
"El desarrollo del comercio, el desarrollo del inter­cambio de mercancías, condujeron a la formación de una nueva clase, la de los capitalistas. El capi­tal se conformó como tal al final de la Edad Media, cuando, después del descubrimiento de América, el comercio mundial adquirió un desarrollo enorme, cuando aumentó la cantidad de metales preciosos, cuando la plata y el oro se convirtieron en medios de cambio, cuando la circulación monetaria permi­tió a ciertos individuos acumular enormes riquezas -continúa Lenin en la conferencia citada-. La plata y el oro fueron reconocidos como riqueza en todo el mundo. Declinó el poder económico de la clase terrateniente y creció el poder de la nueva clase, los representantes del capital. La sociedad se reorganizó de tal modo, que todos los ciudada­nos parecían ser iguales, desapareció la vieja divi­sión en propietarios de esclavos y esclavos, y todos los individuos fueron considerados iguales ante la ley, independientemente del capital que poseye­ran; propietarios de tierras o pobres hombres sin más propiedad que su fuerza de trabajo, todos eran iguales ante la ley. La ley protege a todos por igual; protege la propiedad de los que la tienen, contra los ataques de las masas que, al no poseer ninguna propiedad, al no poseer más que su fuerza de tra­bajo, se empobrecen y arruinan poco a poco y se convierten en proletarios. Tal es la sociedad capitalista".
El comercio y el mercado mundial ampliaron la de­manda y la producción mercantil simple no llegaba a satisfacerla. La productividad creciente de los ta­lleres transformó en no rentable la artesanía perso­nal. En esos talleres se concentraron los antiguos productores individuales, que ahora trabajaban para los burgueses con sus propios medios de pro­ducción. De a poco, los mercaderes pasaron de ser intermediarios de productos a comprometer la pro­ducción mediante el pago adelantado o el suminis­tro de materias primas. Se volvieron distribuidores de mercancías al por mayor. Los grandes producto­res y los comerciantes mayoristas fueron concen­trando el poder económico, y se adueñaron de los medios de producción. A su vez, los antiguos ar­tesanos empobrecidos y los pequeños mercadera se vieron despojados de esa propiedad y obligados a vender su única posesión, su fuerza de trabajo, a los dueños de los medios de producción.
El avance del mercado mundial acentuó también la competencia y, en el último período del feudalismo, la eficiencia productiva. Ésta aumentó por dos vías: primero en cantidad, al concentrar grandes masas de fuerzas y medios de producción, y luego, al in­tensificar el trabajo mediante el perfeccionamiento técnico y la prolongación de la jornada. En los ta­lleres se impuso la división del trabajo. El antiguo artesano se desligó de su producto, que antes fa­bricaba de inicio a fin: ahora solo era un apéndice en un proceso de producción. Las tareas se simplificaban y los requerimientos eran menores, con lo que se incorporó a mujeres y niños por ser mano de obra más barata. Los trabajadores, ahora libres jurídicamente y libres de propiedad, debían vender su fuerza de trabajo en el mercado. Así surgieron el proletariado moderno y la moderna producción capitalista. Los burgueses y los trabajadores libres o proletarios nacían en las entrañas del sistema feudal y estaban destinados a destruirlo. Fue el mo­mento histórico en que la burguesía jugó un papel revolucionario.
"El estamento burgués, inicialmente tributario de la nobleza feudal, compuesto de vasallos y siervos de todas clases, ha conquistado una posición de po­der tras otra a lo largo de una duradera lucha con­tra la nobleza, y en los países más desarrollados ha acabado por tomar el poder en vez de ésta; en Francia lo hizo derribando a la nobleza de un modo directo; en Inglaterra, aburguesándola progresiva­mente y asimilándola como encaje ornamental de la burguesía misma -dice Engels en 'Anti-Dühring' (1878)-. Mas ¿cómo ha conseguido eso la burguesía? Simplemente, transformando la situación económica de tal modo que esa transfor­mación acarreó antes o después, voluntariamente o mediante lucha, una modificación de la situación política. La lucha de la burguesía contra la nobleza feudal es la lucha de la ciudad contra la tierra, de la industria contra la propiedad rural, de la economía dineraria contra la natural, y las armas decisivas de los burgueses en esa lucha fueron sus medios eco­nómicos en continuo aumento, por el desarrollo de la industria, que empezó artesanálmente para pro­gresar luego hasta la manufactura, y por la exten­sión del comercio. Durante toda esta lucha el poder político estuvo de la parte de la nobleza, con la ex­cepción de un período en el cual el poder real utilizó a la burguesía contra la nobleza para mantener en jaque a un estamento por medio del otro; pero a partir del momento en que la burguesía, aún impo­tente políticamente, empezó a hacerse peligrosa a causa de su creciente poder económico, la monar­quía volvió a aliarse con la nobleza y provocó así, primero en Inglaterra y luego en Francia, la revolu­ción de la burguesía".
Durante todo el feudalismo hubo luchas campesi­nas contra los señores feudales, que al final de la época co­braron mayor magnitud. Entre los años 1358 y 1360, durante la Guerra de los Cien Años, se dio en Francia una revuelta popular (la Jacquerie) conocida con ese nombre a causa del líder de los campesinos Guillaume Caillet cuyo seudónimo era Jacques Bonhomme. La chispa que provocó la rebelión fue un enfrentamiento entre los campesinos de una comarca limítrofe del Beauvais y una banda de caballeros saqueadores, conflicto que se saldó con la degollación de cuatro caballeros y cinco escuderos. Así pues, el origen del conflicto fue una reacción defensiva de los labriegos. Pero a los pocos días la revuelta ya tenía varios focos. Desde el Beauvais la insurrección se propagó hacia la Beauce y la Brie, así como hacia Picardía, Normandía, Champagne y las proximidades de Lorena, si bien en estas últimas regiones el movimiento tuvo muchos menos bríos. Los testimonios que se han conservado de dicha sublevación campesina pintan un cuadro ciertamente terrible, insistiendo, una y otra vez, en la violencia y la crueldad de que dieron muestras los labriegos. El principal cronista de la época, el monje carmelita Jean de Venette (1308-1369), dijo: "Esas gentes, reunidas sin jefes, quemaban y robaban todo y mataban gentilhombres y nobles damas y sus hijos, y violaban mujeres y doncellas sin misericordia".
En el mismo siglo, el campesino Walter "Wat" Tyler (1320-1381), encabezó una insurrección campesina en Inglaterra y en 1524, el reformador protestante Thomas Münzer (1489-1525) dirigió una sublevación campesina con apoyo de capas urbanas en Alemania. El recla­mo era la comunidad de bienes: la tierra. A finales de esta época surgieron los socialistas utópi­cos. Tomás Moro (1478-1535) escribió en 1516 la obra "De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia" (Sobre el estado óptimo de la República de la Nueva Isla de Utopía) y el italiano Tommaso Campanella (1568-1639) en 1602 escribió "La cittá del sole" (La ciu­dad del sol). Ambos denunciaban la propiedad priva­da como causa de la desigualdad social y postulan una sociedad libre de ella. Esto causó gran influen­cia en el pensamiento de la época, aunque las condiciones objetivas del desarrollo económico-social hicieron imposible la existencia de tales sociedades.
La burguesía, aunque minoritaria, logró aprovechar las luchas campesinas y encauzarlas en su propio beneficio. El fin del feudalismo llegó con las revo­luciones burguesas, abriendo paso al capitalismo y poniendo a la nueva clase propietaria en el lugar que antes ocupaban los feudales. Los campesinos y trabajadores libres no tenían una organización suficiente que les permitiera capitalizar sus luchas. Así pasó en la Sublevación de los Países Bajos (1566/1567), en la Revolución Inglesa (1642/1689) y en la Revolución Francesa (1789/1799).
"La abolición del feudalismo, expresada de un modo positivo, significa el establecimiento del régimen burgués. A medida que desaparecen los privi­legios de la nobleza, la legislación se va haciendo más burguesa. Y aquí llegamos a la médula de las relaciones entre la burguesía y el Gobierno. Ya he­mos visto que el Gobierno tiene forzosamente que introducir estas reformas lentas y mezquinas. Pero cada una de estas míseras concesiones la presen­ta a los ojos de la burguesía como un sacrificio que hace por ella, como una concesión arrancada a la corona con gran esfuerzo, y a cambio de la cual los burgueses deben hacer a su vez concesiones al Gobierno. Y los burgueses aceptan el engaño, aun­que saben perfectamente de qué se trata. Este es el origen del acuerdo tácito que preside en Berlín todos los debates del Reichstag y de la Cámara de Prusia: por una parte, el Gobierno, a paso de tor­tuga, reforma las leyes en interés de la burguesía, elimina las trabas feudales y los obstáculos creados por el particularismo de los pequeños Estados, que impiden el desarrollo de la industria; introduce la unidad de moneda, de pesas y medidas; establece la libertad de industria, etc.; implanta la libertad de residencia, poniendo así a disposición del capital y en forma ilimitada la mano de obra de Alemania; fo­menta el comercio y la especulación; por otra parte, la burguesía cede al Gobierno todo el poder políti­co efectivo, aprueba los impuestos, los empréstitos y la recluta de soldados y ayuda a formular todas las nuevas leyes de reforma de modo que el viejo poder policíaco sobre los elementos indeseables conserve toda su fuerza. La burguesía compra su paulatina emancipación social al precio de su re­nuncia inmediata a un poder político propio. El prin­cipal motivo que hace aceptable para la burguesía semejante acuerdo no es, naturalmente, su miedo al Gobierno, sino su miedo al proletariado". Un detallado análisis de Friedrich En­gels en "Zur urgeschichte der Deutschen" (La guerra campesina en Alemania, 1882).

Modos de producción (III). Despotismo

En 1858, Karl Marx habló de otro modo de producción (que no puede ubicarse ni en el esclavismo ni en el feudalismo) en el Prólogo de "Grundrisse der kritik der politischen ökonomie" (Contribución a la crítica de la economía política): el modo de producción asiático.
Este modo de producción, denominado también despotismo oriental o tributario, aparece sobre todo en la China, India, Egipto, la Mesopotamia y también en América (por ejemplo en los imperios Inca, Maya y Azteca).
Surgió con una gran revolución en las fuerzas productivas: el descubrimiento del riego, lo que permitió un crecimiento de la producción y la creación de excedentes. En este modo de producción, el florecimiento de la agricultura dependía del uso del agua. Por eso este sistema económico se desarrolló cerca de ríos y lagos.
La irrigación y la distribución del agua exigía canales y obras hidráulicas, que solo una administración central como el Estado podía lograr, acopiando tributos y trabajos de las comunidades. Así, por primera vez se produjo una diferenciación entre los que trabajaban y producían, y los que administraban el trabajo y la producción ajena. No existían las clases sociales, ya que la propiedad seguía siendo comunal, pero se originó una casta privilegiada (sacerdotal o militar) que administraba el Estado.
Apareció hace unos 5000 años en los valles del río Nilo en Egipto, en el de los ríos Tigris y Eufrates de la antigua Sumeria y en el del río Indo en la India, provocando la mayor revolución en las fuerzas productivas previa al capitalismo.
Fue un despotismo económico surgido en pueblos que -para enfrentar a la naturaleza, por ejemplo, las inundaciones-, estuvieron forzados a una gran cooperación y disciplina regidas por el Estado. Surgió una protoclase dominante que controlaba al Estado pero no poseía la propiedad privada de los medios de producción y de cambio. Por un lado, explotaba el trabajo de las comunidades, en el seno de las cuales no había mayores desigualdades porque la propiedad privada apenas existía; y por otro lado, aseguraba la coordinación y la dirección de los trabajos públicos (como los canales de irrigación) y otros aspectos necesarios al funcionamiento de la economía agrícola (el calendario, por ejemplo).
Con la separación del trabajo físico o manual y el intelectual, se originaron las castas sacerdotales y las militares que actuaron como explotadoras. El producto excedente quedaba en manos del Faraón o del Inca y del templo del dios, vale decir, de los sacerdotes y los altos funcionarios.
Se trató de una formación de tránsito entre la fase patriarcal dominante hacia finales del neolítico y las sociedades de clases posteriores, aunque todavía existió durante parte del siglo XX en la Unión Soviética bajo el régimen estalinista.
Para Marx, la comunidad misma representó la primera gran fuerza productiva. Las condiciones objetivas impusieron la unidad de las comunidades para empresas comunes como las canalizaciones de agua, las vías de comunicación e intercambio o la guerra para asegurar un territorio para la subsistencia. Esta unidad, en la medida que se perpetuó y se hizo indispensable, apareció distinta y por encima de las muchas comunidades, convirtiéndose como tal en la verdadera propietaria de todo. La unidad suprema terminó encarnada en el déspota (faraón, emperador, zar, inca, rey) como gran padre de numerosas comunidades, al que se lo ligaba de una u otra manera a la divinidad. De este modo, esa unidad suprema sistematizó la apropiación del pluspruducto, que tomó la forma de tributo o de trabajos colectivos para el déspota y la élite.
Este sistema llegó a su perfección y expansión instaurado por centros soberanos tras sucesivas guerras y conquistas, tanto en Asia, como en el antiguo Egipto, en México y en Perú.
El antropólogo ucraniano John V. Murra (1916-2006) en su obra "The economic organization of the Inca State" (La organización económica del Estado Inca, 1956) estudió la organización económica de los incas, como un caso desarrollado y eficiente de despotismo comunal, anotando no solamente la relación con las formas asiáticas, sino con las economías y estructuras de poder africanas ashanti, ruanda, dahomey, yoruba y aun con las hawaianas.
Para referirse a este modo de producción, el teórico alemán Karl A. Wittfogel (1896-1988) en su obra "Oriental despotism: a comparative study of total power" (Despotismo oriental: un estudio del totalitarismo, 1957), habló de despotismo hidráulico, definiéndolo como un sistema mantenido a través del control de un recurso único y necesario: el agua. Lo ubicó, naturalmente, en el antiguo Egipto y en Babilonia, y por extensión Wittfogel agregó a la Unión Soviética y a la República Popular China, en donde los gobiernos controlaban los canales de irrigación.
Los antropólogos franceses Maurice Godelier ("Economía, fetichismo y religión en las sociedades primitivas", 1974) y Jean Chesneaux ("El modo de producción asiático", 1975) y el mexicano Roger Bartra ("El modo de producción asiático : problemas de la historia de los países coloniales", 1978), se han encargado de sistematizar la teoría al respecto, dentro del concepto de modo de producción asiático, que para universalizar algunos han llamado despotismo comunal. También el profesor colombiano Hermes Tovar en "Notas sobre el modo de producción precolombino" (1974), a partir del estudio de la sociedad muisca desarrolló para determinadas formaciones sociales indígenas americanas el concepto de modo de producción precolombino.
Sistematizadamente, este sistema económico, contemporáneo del esclavismo europeo, consistía en que un pueblo tenía que entregar un pago o tributo a su soberano o a un pueblo conquistador, tributo que consistía comúnmente en bienes agrícolas, y en algunos casos, materiales de construcción.

Modos de producción (II). Esclavismo

Al inicio de esta etapa, la producción se limitaba a los requerimien­tos de las familias más poderosas y a producciones domésticas en un marco de economía natural, des­tinada al propio consumo. El excedente y el inter­cambio jugaron un rol clave en el desarrollo de la producción de bienes. Dados los escasos adelan­tos tecnológicos aumentó el número de productores directos. La mano de obra escaseó y las guerras suministraron los esclavos, que eran la principal fuerza productiva.
El aumento de la productividad que generaba ex­cedentes estimuló el intercambio y la producción de bienes a tal fin: las mercancías. Se originaron entonces los asentamientos y luego las ciudades, donde se fa­bricaban y cambiaban las mercancías. Al comienzo existía el trueque. Al ampliarse el intercambio, no era práctico transportar las mercancías y fueron re­emplazadas por equivalentes de sus valores. Nació así el dinero. La propiedad privada se extendió a la tierra y surgieron los Estados esclavistas.
"Cuando aparecieron las clases, siempre y en todas partes, a medida que la división crecía y se conso­lidaba, aparecía también una institución especial: el Estado -dijo Vladimir I. Lenin (1870-1924) en 'Sobre el Estado', una conferencia pronunciada en la Universidad Sverdlov el 11 de julio de 1919-. Las formas de Estado eran en extremo variadas. Ya durante el período de la esclavitud en­contramos diversas formas de Estado en los paí­ses más adelantados, más cultos y civilizados de la época, por ejemplo en la antigua Grecia y en la antigua Roma, que se basaban íntegramente en la esclavitud. Ya había surgido en aquel tiempo una diferencia entre monarquía y república, entre aristo­cracia y democracia. A pesar de estas diferencias, el Estado de la época esclavista era un Estado es­clavista, ya se tratara de una monarquía o de una república, aristocrática o democrática".
Las guerras inicialmente fueron de apropiación de bienes; posteriormente, tuvieron como objetivo la captura de prisioneros para convertirlos en esclavos. La esclavitud comenzó como una forma externa, pero después se generalizó a nivel interno; la usura y la acumulación de deudas, arruinaban a las personas y las convertían en esclavos. En definitiva, la simple circunstancia de la pobreza convirtió al campesino, al pastor y al artesano en esclavos.
Mediante las guerras se constituyeron los grandes imperios antiguos, los que, además de conseguir esclavos, saqueaban las riquezas y sometían a una gran cantidad de pueblos para mantenerlos como tributarios. Los estados mantenían una poderosa máquina militar conformada principalmente por campesinos. Con el tiempo aparecieron una gran cantidad de desocupados que realizaban trabajos ocasionales bajo la dependencia de algún pudiente. Los artesanos dependían de la nobleza, los comerciantes y los usureros, de los cuales recibían una escasa remuneración, hecho que muchas veces los convertió en desocupados y posteriormente en esclavos.
Para regular las relaciones entre las personas y las poblaciones aparecieron los códigos, también con el objeto de realizar el comercio. Se conocieron así, por ejemplo, leyes religiosas como las Védicas y las Brahamánicas (alrededor del 1500 a.C.), el Código de Hamurabi (1760 a.C.), la Ley Mosaica (alrededor del 1270 a.C.) y las Leyes Romanas (a partir del año 305 de nuestra era). Las formas estatales se fortalecieron, los monarcas adquirieron categoría de dioses o de enviados de dios, dando forma a las teocracias; se consolidaron y sucedieron, unos a otros, los grandes imperios de la antigüedad (Japón, China, India, Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma).
El conocimiento era exclusivamente reservado para la nobleza, los sacerdotes y los escribas. Apareció la Filosofía como madre de todas las ciencias (Confucio, Platón, Aristóteles, defendieron el esclavismo) y se desarrollaron las ciudades-estado. Por otra parte, se afianzó la monogamia y el monoteísmo, y los sistemas religiosos se entrecruzaron con las funciones estatales.Existía la propiedad privada de los medios de produc­ción y la fuerza de trabajo. El esclavista era dueño del esclavo, el que constituía una mercancía más para ser comprada o vendida en el mercado: "La fuerza de trabajo no ha sido siempre una mercan­cía -dice Karl Marx (1818-1883) en 'Lohnarbeit und kapital' (Trabajo asa­lariado y capital, 1849)-. El trabajo no ha sido siempre trabajo asalaria­do, es decir, trabajo libre. El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al esclavista, del mismo modo que el buey no vende su trabajo al labrador. El esclavo es vendido de una vez y para siempre, con su fuer­za de trabajo, a su dueño. Es una mercancía que puede pasar de manos de un dueño a manos de otro. El es una mercancía, pero su fuerza de trabajo no es una mercancía suya".
La esclavitud permitió avanzar grandemente en la productividad del trabajo y realizar obras colosales. Las pirámides de Egipto, fortificaciones, puentes y obras de riego que aún hoy asombran se deben al trabajo de cooperación simple que hacían los escla­vos.
Pero el desarrollo tenía sus límites. La alimen­tación mínima mermaba en mucho las fuerzas de los esclavos y su reproducción natural era lenta y costosa para el esclavista.El trabajo esclavo en las tierras de sus amos permitía producir trigo y otras mercancías a menor costo que los trabajadores libres, los que finalmente perdían sus tierras y pasaban a la esclavitud o la indigencia urbana. Esto originó a la vez el lumpen-proletariado y los latifundios. El uso de trabajo esclavo en los oficios alentó la formación de talleres, con lo que creció la producción de mercancías y el comercio. Las clases sociales claramente diferenciadas, entre trabajadores directos y administradores, sentaron las bases para la oposición entre el trabajo físico y el intelectual, impulsando el desarrollo del arte y la ciencia. La Grecia antigua es un gran ejemplo de ello.
Durante el período de producción esclavista hubo grandes avances en lo económico, la ciencia y el arte. La mano de obra esclava sostenía todo y cada vez se requería más para financiar los lujos de los esclavistas y las guerras para conseguir más esclavos y tierras. La expansión de los imperios ten­só la capacidad de las fuerzas productivas y mos­tró los límites del sistema. Los esclavos no estaban interesados en el resultado de su trabajo, pues no les traía beneficio alguno. Esto trabó el desarrollo de las fuerzas productivas, generando la crisis del sistema. La demanda crecía por los continuos gas­tos, pero el trabajo esclavo no se desarrollaba más allá.
"La esclavitud se convirtió pronto en la forma do­minante de la producción en todos los pueblos que se habían desarrollado más allá del viejo tipo de comunidad -dice Engels en 'Anti Dühring' (1878)-; pero al final fue también una de las causas principales de su decadencia. La esclavitud posibilitó la división del trabajo en gran escala entre la agricultura y la industria, y con esa división del trabajo, posibilitó también el florecimiento del mun­do antiguo, la civilización griega. Sin esclavitud no hay Estado griego, ni arte griego, ni ciencia grie­ga; sin esclavitud no hay Imperio Romano. Y sin el fundamento del helenismo y del romanismo no hay tampoco Europa moderna".
"Para que en tiempos de las Guerras Médicas el número de esclavos fuera en Corinto de 460.000, en Egina llegara a los 470.000, con lo que había diez esclavos para cada miembro de la población libre, hizo falta algo más que poder y violencia; a saber, una industria artesanal y suntuaria muy desarrollada y un amplísimo comercio. La esclavitud en los Estados Unidos se ha basado menos en la violencia que en la industria inglesa del algodón; en las regiones en que no crecía el algodón, o en las que no había Estados limítrofes que practicaran la cría de esclavos para los Estados algodoneros, la esclavitud se extinguió por sí misma sin aplicación de la violencia, simplemente porque no era rentable", concluye Engels en la obra citada.
Los últimos siglos del esclavismo fueron de deca­dencia, las tierras se empobrecieron, la ciencia y el arte se estancaron. El Imperio Romano utilizó sus recursos en la defensa contra las invasiones. Los grandes terratenientes se vieron así en la necesidad de deshacerse de los esclavos. Dividieron sus haciendas en parcelas y las entregaron a los colonos para que las trabajaran a cambio de productos. Los colonos se transaban junto con la tierra. Surgieron entonces nuevas relaciones de producción que darían origen a un nuevo modo de producción: el feudalismo.

Modos de producción (I). Salvajismo

El hombre se distingue del reino animal por el desa­rrollo de la conciencia, fruto a su vez de la interacción social que le demanda el trabajo en conjunto para producir los bienes necesarios para su subsistencia. Este trabajo social es el origen a partir del cual se estructura la sociedad. Esta evoluciona junto a la ca­pacidad productiva de los medios de producción. A la par de ellos, evoluciona el ser social de los hom­bres, ligados a la sociedad donde hallan los medios de sustento para reproducir su vida.
Los primeros instrumentos fabricados por el hom­bre fueron hechos con palos, piedras y huesos, los elemen­tos más inmediatos a su existencia natural. A este período se le llama Edad de Piedra. Luego, con el desarrollo de la experiencia y el conocimiento, pudo dominar el uso de los metales; primero el cobre, lue­go el bronce (aleación de cobre y estaño) y finalmente el hierro. El dominio del fuego contribuyó a ello. Las distintas edades de la naciente sociedad humana, desde la piedra al hierro, suponen una diferencia cualitativa en la productividad del trabajo y la fabricación de objetos de uso y herramientas. Pero la existencia era todavía muy precaria y estaba lejos de produ­cir excedentes.
En estas condiciones se establecía la cooperación simple, o aplicación simultánea de fuerza de trabajo para lograr un fin. La propiedad de los medios de producción era co­lectiva. No había propiedad privada. Privar a un miembro del uso de los medios disponibles signifi­caba condenarlo a la muerte, y así debilitar las con­diciones de vida de toda la comunidad. Las dispu­tas por territorios generaban a veces prisioneros que eran incorporados a la comunidad, porque era más importante la capacidad común de trabajo y defen­sa que otras consideraciones.
Un avance desde el punto de vista productivo fue la división natural del trabajo, entre hombres y mujeres, entre jóvenes y viejos. Esta división del trabajo permitió la especialización y con ello el perfecciona­miento del mismo, elevando la productividad. La sociedad primitiva se organizaba primeramente en torno a los vínculos de sangre. Se las llamó "gens" o gentes, alrededor del único miembro que podía ser reconocido como cierto: la madre. El matriarcado fue la forma de organización social fundamental. El incremento de miembros de la sociedad dio paso a las tribus formadas por varias gens, tal como muy bien ilustra Friedrich Engels (1820-1895) en su obra "Der ursprung der familie, des privateigentums und des Staats" (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, 1884).
Lo que caracterizó a la comunidad primitiva fue la propiedad común de los instrumentos de trabajo y el trabajo colectivo para conseguir el sustento. Cuando la productividad del trabajo permitió acu­mular algunos excedentes y se produjo el atesora­miento, la sociedad primitiva comenzó su crisis. El matriarcado dejó paso al patriarcado por la necesi­dad de legar los tesoros al primogénito. Esto trans­formó no sólo la organización de la sociedad y la familia, sino también la del trabajo.
"A consecuencia del desarrollo de todos los ramos de la producción -ganadería, agricultura, oficios ma­nuales domésticos-, la fuerza de trabajo del hombre iba haciéndose capaz de crear más productos que los necesarios para sus sostenimiento -sostiene Engels en la obra citada-. También au­mentó la suma de trabajo que correspondía diaria­mente a cada miembro de la gens, de la comunidad doméstica o de la familia aislada. Era ya convenien­te conseguir más fuerza de trabajo, y la guerra la suministró: los prisioneros fueron transformados en esclavos. Dadas todas las condiciones históricas de aquel entonces, la primera gran división social del trabajo, al aumentar la productividad del trabajo, y por consiguiente la riqueza, y al extender el campo de la actividad productora, tenía que traer consigo necesariamente la esclavitud. De la primera gran división social del trabajo nació la primera gran es­cisión de la sociedad en dos clases: señores y es­clavos, explotadores y explotados".
"Nada sabemos hasta ahora acerca de cuándo y cómo pasaron los rebaños de propiedad común de la tribu o de las gens a ser patrimonio de los dis­tintos cabezas de familia -continúa Engels-; pero, en lo esencial, ello debió de acontecer en este estadio. Y con la apari­ción de los rebaños y las demás riquezas nuevas, se produjo una revolución en la familia. La industria había sido siempre asunto del hombre; los medios necesarios para ella eran producidos por él y pro­piedad suya. Los rebaños constituían la nueva in­dustria; su domesticación al principio y su cuidado después, eran obra del hombre. Por eso el ganado le pertenecía, así como las mercancías y los es­clavos que obtenía a cambio de él. Todo el exce­dente que dejaba ahora la producción pertenecía al hombre; la mujer participaba en su consumo, pero no tenía ninguna participación en su propiedad. El salvaje, guerrero y cazador, se había conformado con ocupar en la casa el segundo lugar, después de la mujer; el pastor, más dulce, engreído de su riqueza, se puso en primer lugar y relegó al segun­do a la mujer. Y ella no podía quejarse"."Junto con la propiedad privada surge la primera gran división social del trabajo -explica el economista Gerardo Vera-. La ganadería se se­para de la agricultura, y ésta de los oficios (alfarería, tejidos). Y la producción individual conduce a la segunda gran división del trabajo y al desarrollo de una nueva actividad: el intercambio que lleva al comercio. La acumulación de excedentes otorgó a algunos hombres el poder de dominio sobre otros. Los prisioneros de guerra ya no se integraban a la comu­nidad ni se mataban: fueron puestos a trabajar para los miembros más prominentes. Lo mismo pasó con los empobrecidos y endeudados de la propia gens".
Habían nacido las clases sociales, y con ellas el instrumento de dominación necesario para mantener una clase sometida a la otra: el Estado. En el umbral de la civilización apareció la barbarie, con sus estadios inferior, medio y superior. En este últi­mo surgió como intermediaria entre los productores la clase de los mercaderes.
"Una sociedad de este género no podía existir sino en medio de una lucha abierta e incesante de estas clases entre sí o bajo el dominio de un tercer po­der que, puesto aparentemente por encima de las clases en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no permitiera la lucha de clases más que en el terreno económico, bajo la forma llamada legal -concluye Engels-. El régimen gentilicio era ya algo caduco. Fue destrui­do por la división del trabajo, que dividió la sociedad en clases, y remplazado por el Estado".
Con la liquidación de las comunidades primitivas, se entró en un período histórico basado en estructuras económicas en las cuales la propiedad privada se institucionalizó, incluso sobre los mismos seres humanos a los cuales no se consideraba ya como tales, sino como objetos y sujetos de trabajo. Esto dio paso a la esclavitud como forma predominante en la existencia histórico-social de la humanidad.