El
siglo XIX presenció varias tentativas fecundas de aportar a un mundo en
gestación nuevas tablas de valores, nuevas razones para vivir, nuevas normas
de conducta; en suma, una nueva ética. La influencia de algunas de estas
tentativas en el siglo XX ha sido tan grande y perdurable que nos vimos
llevados a discernir en ello la prueba evidente de nuestra incapacidad para
fijar por nosotros mismos los principios de nuestros actos, para darnos un
estilo de vida y entrar así en armonía con un mundo que, pese a ser obra
nuestra, se nos escapaba. Hoy, quienes vivimos el siglo XXI, estamos obligados
a explotar ese legado empírico.
Un
pensador genial del siglo XIX ejerció, por medio de sus mensajes, una gran
influencia sobre lo que de conciencia moral resta en nuestro tiempo: Karl Marx,
el hombre que se erigió en juez incorruptible y despiadado de su época,
asignándole nuevas tareas para alcanzar nuevos fines. Al comienzo de su
trayectoria intelectual, hubo de enfrentarse con el “sistema”, y conservó, de
ese encuentro, una huella profunda que lo llevó a madurar su propia visión del
mundo. Producto de esa percepción es que hoy ningún personaje, ninguna obra
cultural suscitan y nutren tanto como los de Marx las controversias
filosóficas y políticas actuales.
Marx
extrajo los elementos de su doctrina de lo íntimo de su personalidad. Es, por
lo tanto, la particularidad y originalidad de su genio lo que nos entrega el
secreto y la significación de su mensaje. Como
mensaje ético, el pensamiento de Marx no ha perdido nada de su validez y
conserva actualmente todo su poder de sugestión y su alcance educativo. Los
juicios de valor y los imperativos enunciados por Marx para las generaciones
obreras del siglo XIX pueden proponerse casi sin modificaciones a la conciencia
moral de la época presente, cuyo horror desafía la imaginación más fértil.
Y ya
que el espectáculo del mundo actual parece salido de un delirio, es preciso
reconocer que Marx no exageró en nada cuando elaboró su “teoría de las
catástrofes” que, a comienzos del siglo pasado, podía parecer fruto de una
obsesión enfermiza. El
panorama apocalíptico de la época actual no solo confirma plenamente las
previsiones más pesimistas de las enseñanzas de Marx; revela también su
verdadera significación. Si hasta ahora la figura de Marx pudo aparecer bajo la
máscara del sabio o el visionario, debe imponerse en adelante con los rasgos del
forjador de la ética de la revolución socialista.